A 30 años de Gilberto Bosques

Por: Michelle Hoyos López

“Chiautla de Tapia, tierra caliente del sur con noches de obsidiana translúcida, fue mi casa natal en la barranca, donde el agua suspira, viaja y sueña, y para la luz de hebra de cedeño, para la nube manantial y blanca”. Con estas palabras, Gilberto Bosques dejó testimonio de la fuerza con la que la tierra natal se aferra a la memoria.

En esta columna hablaremos de él, retomando que el pasado 4 de julio se cumplieron 30 años de su partida.  La verdad es que Gilberto Bosques Saldívar debería estar escrito en los libros escolares, en los murales de nuestras escuelas, y en las conversaciones cotidianas de quienes viven en esta región.

No fue un héroe de capa y espada, sino un maestro, periodista, diplomático y, sobre todo, un humanista. Bosques fue la prueba viva de que desde un lugar pequeño se puede tener una mirada inmensa, capaz de abrazar al mundo.

Un chiauteco que voló alto

Nacido el 20 de julio de 1892, Gilberto Bosques Saldívar salió de su tierra natal buscando ser maestro. Lo logró. Pero su vocación por enseñar y transformar no quedó en las aulas. Pronto se sumó a la Revolución Mexicana, colaborando con figuras como Aquiles Serdán y luego con Venustiano Carranza. También fue un impulsor de la reforma educativa, que más tarde sería base del artículo 3º constitucional.

De su papel como político y periodista se puede hablar largo y tendido, pero fue en su faceta de diplomático donde brilló con fuerza única. En plena Segunda Guerra Mundial, siendo Cónsul general de México en Francia, no dudó en abrir las puertas del consulado para quienes huían del fascismo. Republicanos españoles, judíos perseguidos por el nazismo, italianos, franceses, alemanes antifascistas: miles encontraron en Bosques una salida hacia la vida.

El “Schindler mexicano”… o mejor dicho, “Schindler el Bosques alemán”

Con ingenio, valentía y una profunda convicción en la dignidad humana, Bosques alquiló castillos para convertirlos en refugios temporales, extendió visas a más de 40 mil personas, y desafió abiertamente al régimen de Vichy y al espionaje de la Gestapo. Por su labor, fue encarcelado junto a su familia y todo el personal del consulado. Ni en prisión renunció a sus ideales.

Lo apodaron el “Schindler mexicano”. Pero como dijo el historiador José María Muriá, quizá sería más justo decir que Oskar Schindler fue el “Bosques alemán”, porque si algo tuvo Gilberto, fue la iniciativa, el coraje y el compromiso constante de salvar vidas sin distinción de nacionalidad, religión o ideología.

Misiones de libertad

Como embajador de México en Cuba (1953‑1964), Gilberto Bosques Saldívar se alzó como un pilar moral durante la dictadura de Batista y en los albores de la Revolución. Protegió a dirigentes enemigos del régimen, como Fidel y Raúl Castro, avisándoles de planes de atentados, y les otorgó asilo antes de que lo pidieran; sus acciones salvaron a numerosos opositores políticos de ser deportados o ejecutados por el Servicio de Inteligencia Militar de Batista.

En Suecia, Finlandia y Portugal (entre 1945‑1953), Bosques no solo representó los intereses diplomáticos de México, sino que promocionó la cultura nacional —exponiendo arte prehispánico, colonial y contemporáneo— con tal éxito que hasta fue condecorado por el rey de Suecia.

Durante la Segunda Guerra Mundial, como cónsul en Francia (1939‑1944), emitió más de 40 mil visas y habilitó castillos en Marsella como refugio para republicanos españoles, judíos, italianos y antifascistas, logrando expulsar la Gestapo del consulado y resistir presiones de las autoridades nazis y franquistas.

A su retorno, continuó su vocación diplomática afianzando los lazos con quienes enfrentaban tiranías, demostrando que la diplomacia mexicana puede ser un faro de humanidad, incluso en los momentos más oscuros.

Nunca estuvo solo: el poder de una familia

Es vital decirlo: esta historia no la escribió solo. Su esposa, María Luisa Manjarrez, profesora, fundadora de una escuela feminista y férrea defensora de la democracia, caminó con él cada paso. Estuvo encarcelada a su lado, al igual que sus hijas Tere y Laura, y su hijo Gilberto Froylán.

La familia Bosques es ejemplo de entrega y solidaridad. Mientras Gilberto enfrentaba a los fascistas con su pluma y su cargo diplomático, su esposa y sus hijos sostenían el hogar, acompañaban sus misiones y compartían los peligros.

En una época en que las mujeres eran silenciadas, María Luisa levantó su voz con acciones firmes. Fue diplomática sin título oficial, madre sin pausa y maestra sin fronteras.

Un legado que aún nos interpela

Gilberto Bosques vivió 102 años. Falleció el 4 de julio de 1995. Han pasado tres décadas y su historia sigue siendo poco conocida en su propio estado. ¿Cómo es posible que los niños y niñas del sur de Puebla, no sepan que uno de los diplomáticos más valientes y visionarios del siglo XX nació en su misma tierra?

En su natal Chiautla, en Tochimilco donde nació su esposa, en Acatlán, Izúcar o Tehuacán, deberíamos hablar de él como ejemplo de lo que se puede lograr cuando se cree en la justicia, en la educación y en el poder del corazón humano.

Porque Gilberto Bosques Saldívar no fue un político más. Fue un constructor de paz. Y en un mundo donde las guerras continúan —como la de Israel contra Gaza, Rusia en Ucrania o las tensiones recientes entre Estados Unidos e Irán— su figura nos recuerda que los gestos individuales pueden marcar la diferencia.

Que los niños del sur sepan que pueden volar

En tiempos oscuros, Bosques fue faro. Que los niños de Chiautla, de Puebla y de todo México sepan que desde un rincón del sur, también se puede cambiar el mundo. Que, si quieren, pueden ser maestros, diplomáticos, artistas, científicos, poetas o defensores de los derechos humanos. Que el calor de la tierra no les impide soñar, sino que los nutre con la fuerza del maíz, del río y de la memoria.

Gilberto Bosques Saldívar escribió su legado con acciones. Hoy, nosotros debemos escribirlo con palabras, con monumentos, con películas, con canciones y, sobre todo, con educación. Que se enseñe su historia en las aulas. Que Chiautla no lo olvide nunca. Que cada niño que corra por esas calles sepa que, hace no tanto, un hombre de ahí salvó al mundo, una vida a la vez. ¡Porque cuando uno de los nuestros vuela alto, todos aprendemos a volar!

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