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Tron: Ares, una metáfora de nuestros dilemas digitales

Tron: Ares, una metáfora de nuestros dilemas digitales
  • Publishedoctubre 13, 2025

por Limhi Roldán

La tercera entrega de la saga llega con un nuevo héroe, una poderosa banda sonora y una reflexión sobre la humanidad en la nueva era digital.

Desde su debut en 1982, Tron se convirtió en uno de los referentes más experimentales del cine de ciencia ficción por su audaz representación del mundo digital y su estética de luces de neón. Cuarenta años después, la saga regresa con Tron: Ares, la tercera entrega que se actualiza al lenguaje tecnológico de la era contemporánea: un universo virtual deslumbrante, dominado por contrastes lumínicos, colores fríos y atmósferas que parecen respirar electricidad.

En esta tercera parte conocemos a Ares, un programa de ciberseguridad desarrollado por la mítica Dillinger Systems, empresa responsable de reactivar la tecnología que permite ingresar al interior de la red. Este nuevo avance reabre el puente entre el mundo real y el virtual, desatando conflictos inéditos y presentando a un antagonista que promete expandir los límites del universo Tron.

Dirigida por Joachim Rønning (quien ya había colaborado con Disney), Tron: Ares destaca por su impecable factura visual: escenas de acción, un diseño estético meticuloso y un manejo de los efectos digitales que lleva la experiencia cinematográfica a otro nivel. La banda sonora, compuesta principalmente por Nine Inch Nails, potencia esa atmósfera electrónica e inmersiva, convirtiendo cada secuencia en un espectáculo sensorial digno de escucharse en la mejor sala de cine.

Más allá del apartado técnico, Tron: Ares conserva el espíritu filosófico de la saga: la constante tensión entre el ser humano y las inteligencias que crea. En un tiempo donde la inteligencia artificial y los mundos virtuales ya forman parte de la vida cotidiana, la película adquiere un nuevo significado. Su narrativa funciona como una metáfora de nuestros propios dilemas digitales: la búsqueda de identidad, la pérdida del control sobre la tecnología y la posibilidad de que los programas comprendan mejor la lógica humana que nosotros mismos.

Visualmente, el filme retoma la esencia icónica de Tron: la luz como símbolo de vida, la oscuridad como código, y el neón como frontera entre ambos mundos. Sin embargo, Rønning imprime un estilo más orgánico, donde el entorno virtual no solo deslumbra sino que late con ritmo propio.

Tron: Ares también apela a la nostalgia de quienes vivieron la revolución visual de 1982, sin dejar de seducir a una nueva generación acostumbrada a los universos digitales hiperrealistas. En ese punto de encuentro entre pasado y futuro, la película redefine qué significa “entrar a la red” en pleno siglo XXI.

Porque más allá del espectáculo visual, Tron: Ares nos recuerda algo esencial: la vida misma, y lo importante que es luchar por ella en un mundo lleno de repeticiones, respaldos y de guardados instantáneos.

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