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El «contacto con la gente», un equilibrio entre conexión genuina y táctica política

El «contacto con la gente», un equilibrio entre conexión genuina y táctica política
  • Publishedoctubre 16, 2025

En el ámbito de la política, cada movimiento cuenta, sobre todo si está siendo registrado.
Por lo tanto, cuando vemos a un mandatario dando un abrazo a una señora en un mercado
local, saludando a un niño en una zona humilde, o brindando apoyo en un lugar afectado
por una catástrofe, es útil detenernos a reflexionar sobre las intenciones detrás de ese acto.
Lo que comúnmente conocemos como «baños de pueblo» trasciende una simple
demostración de sencillez o afecto. En realidad, es un recurso de comunicación política que
busca conectar con las emociones del colectivo y consolidar una historia, la del líder que
está hombro a hombro con su gente, en medio de su gente y para su gente.

Una estrategia añeja con una imagen renovada.
Aunque pueda parecer una práctica actual, este deseo de mostrar proximidad tiene sus
orígenes en tiempos remotos. En la República Romana, los líderes debían dirigirse al
pueblo en el foro y persuadirlos con argumentos. Era el pueblo quien validaba su poder.
Posteriormente, con el Rey Sol, Luis XIV, la situación se modificó: el poder se volvió
lejano, inaccesible, casi divino. Él no precisaba acercarse al pueblo, porque «él era el
Estado». Su simple presencia era suficiente.

En la actualidad, sin embargo, los líderes deben seguir el camino opuesto: descender de su
pedestal, mostrarse accesibles, cercanos e incluso vulnerables. Y no necesariamente porque
crean de corazón ser «uno más», sino porque la empatía que transmiten también influye en
la obtención de votos.

El influjo entre afecto y calamidades
En los momentos de catástrofes naturales, este instrumento se muestra con mayor claridad
—y genera más controversia—. En ese contexto de sufrimiento, extravío y perplejidad,
también emerge una coyuntura política. Tras sismos, ciclones, fuegos o anegamientos, se
observa al político arribar, calzarse botas de hule, avanzar entre el fango, atender, confortar,
brindar asistencia. Una estampa impactante.
Ciertamente, puede ser auténtico. No obstante, también resulta sumamente provechoso en
términos de imagen pública. Brinda la ocasión de exhibir capacidad de mando, calidez
humana y dominio. En instantes críticos, la ciudadanía no solo demanda soluciones, sino
que anhela el apoyo de alguien. Y si esa ayuda proviene del presidente o el gobernador, aún
mejor.

Previo al Informe, tras la visita
La interacción directa con el pueblo se ha transformado en una suerte de prólogo
sentimental a los informes de labores. En las semanas precedentes, numerosos mandatarios
intensifican sus recorridos por áreas populares, inauguran proyectos, visitan mercados o
comedores comunitarios. Todo esto sustenta el relato que luego se robustecerá en el
discurso formal: “estamos cumpliendo”, “avanzamos junto al pueblo”, “no dirigimos desde
la oficina”. Y no se limita a ademanes simbólicos. Son instantes meticulosamente
orquestados por equipos de comunicación, conscientes de que la percepción tiene tanto
peso como los datos. Un abrazo puede valer más que un número. Un gesto simple, más que
un fragmento técnico.
En las campañas electorales, la proximidad con el pueblo se vuelve casi imprescindible. El
aspirante precisa irradiar autenticidad, romper con la imagen del político convencional y
presentarse como alguien que “conoce la realidad popular”. Por ello, se le observa
comiendo en restaurantes modestos, utilizando el transporte público, cargando bebés,
escuchando quejas.

En estos contextos, el cuerpo del político se torna un instrumento: su mera presencia en
determinados lugares comunica un mensaje. El mensaje de “soy como tú” o “lo hago por
amor” aun cuando detrás exista un equipo de consejeros, cámaras y cronómetros
evaluando cada movimiento.

¿Es auténtica la conexión?
La pregunta es incómoda, obviamente, es si todo esto se siente genuino o si es simplemente
una puesta en escena. Y la respuesta, como casi siempre en la política, es intrincada. Puede
existir un deseo sincero de vincularse, pero también hay premeditación y estrategia. La
dificultad no reside en el ademán en sí, sino cuando se vuelve un reemplazo de la acción
real, cuando el contacto suplanta a las políticas públicas.
Porque la compasión es indispensable, aunque no basta. Y una gestión no se mantiene con
muestras de afecto, sino con logros. No obstante, en una época donde la imagen tiene
prioridad, esa conexión afectiva es una pieza clave del discurso del poder.

El contacto popular como rito actual
A manera de conclusión los » baños de pueblo» operan como un rito democrático actual.
Un acto que expresa: «estoy con ustedes, no por encima de ustedes». Y eso tiene impacto,
porque vivimos tiempos en los que la brecha entre los que mandan y los ciudadanos
provoca recelo.
Así que, puedo afirmar que el gesto es político, estratégico y, a menudo, premeditado. Pero
también puede ser una oportunidad para dar un rostro humano al poder, para recordarnos
que detrás del puesto hay un ser humano. Y que, ojalá, también haya convicción.
No olvidemos lo que Guy Debord expone en La sociedad del espectáculo (1967), cuando
el poder ya no se ejerce solamente desde la institucionalidad, sino desde la imagen, la
presencia escenificada y el relato. En este sentido, el gesto del político sumergido en la
multitud, transmitido en tiempo real por redes sociales o en noticieros de televisión, no es
un acto menor, sino una escena central del guion democrático contemporáneo.

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