El escriba, ha muerto

El escriba ha muerto ¿Quién quiere seguir sus sueños y sus trazos? Hoy ha muerto uno, salud.
Calles obscuras
Por Román Sánchez Zamora –
Un escriba no es producto del mercader, no es maravilloso por tener mecenas, no es inmortal por ser beneficiario del político, contradiciéndose a si mismo por capricho de su personaje de interés.
Cuando el escriba muere, deja solo letras, no deja oro ni otros tesoros más que las letras, así como Van Gogh, solo dejo sus colores y sus bocetos para los burdos observadores, era la magnifica expresión de nuevos matices al arte, o quizá un cheque invaluable que para muchos era producto de la pesadez de una cuenta de Dalí.
El escriba ha muerto y ni el mismo se ha dado cuenta, el lector debe decirle o quizá sus amigos, sus lectores o quizá su editor, solo sus letras las observan desde la muerte, un eco simple que en el ego del escriba muerto las observa como presentes, aunque no exista ya el sonido del golpe en el teclado o la pluma que se desliza en el papel para dibujar una poesía o un cuento.
No quería flores, ni evocaciones; se fue solo y en silencio como sus letras, anónimas, lejanas, sin el presente del ego, el cual un día lo abandono, cuando tras una discusión con su yo, se elevó de posibles mercaderes y mecenas, no por no necesitar recursos, mejor aun por no necesitar compromisos cuando se fuera y se fuera en paz.
Hoy que se fue, el escriba es recordado por sus amigos más que por sus letras por sus palabras, parecía que en cada palabra estaba una letra publicada, no todos eran invitados y él no siempre asistía, pero cuando lo podían ver, era una tertulia que terminaba en ánimos de vivir más y conocer mejor.
El escriba, murió, uno de tantos días, esta lejos de todo y ajeno a todo y hoy es nada.
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