El hombre que por casi medio siglo, compró impunidad en México

por Michelle López

Por 16 mil 425 días de impunidad, casi medio siglo, un solo hombre pudo comprar gobiernos, corromper policías, manipular militares y extender un imperio criminal global. Hoy, Ismael “El Mayo” Zambada, enfrenta 9 mil 125 días de condena probable. Más de la mitad del tiempo que vivió protegido por sobornos, lo pasará tras las rejas. La diferencia es brutal: de los días de poder absoluto, a los días contados en prisión.
El pasado lunes 25 de agosto, Zambada, cofundador del Cártel de Sinaloa, compareció ante un Tribunal Federal en Brooklyn, Nueva York, y se declaró culpable de narcotráfico y lavado de dinero. Frente al juez Brian M. Cogan, reconoció haber dirigido durante más de cuatro décadas una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo. Durante ocho sexenios presidenciales, pagó sobornos a policías, militares y políticos para operar libremente.
“La organización que dirigí, promovió la corrupción en mi propio país, al pagar policías, comandantes, militares y políticos que me permitieron operar libremente”, admitió el capo de 75 años de edad. Entre 1980 y 2024, su red criminal introdujo a Estados Unidos 1.5 millones de kilos de cocaína, equivalente a llenar 50 tráileres o 15 aviones Jumbo, o colocar un millón y medio de bolsas de azúcar de un kilo en fila de México a Nueva York, ida y vuelta.
Pero aquí no solo hablamos de cifras. Sociológicamente, el caso Zambada desnuda algo más profundo: un hombre que pensó que la impunidad podía ser su proyecto de vida. Durante décadas, vivió con la certeza de que podía corromper a quienes deberían custodiar la ley. Esa sensación de invulnerabilidad no solo lo protegió a él, sino que permitió que la violencia se normalizara, que los territorios fueran controlados por el crimen, y que millones de mexicanos convivieran con miedo cotidiano.
Su impunidad no fue un accidente ni fruto de su astucia criminal; fue el reflejo de un Estado permisivo, donde la corrupción se institucionalizó y la justicia se volvió selectiva. Cada soborno pagado, cada policía o político comprado, no solo protegía su Cártel, sino que debilitaba la confianza social, erosionaba las instituciones y dejaba un país más vulnerable frente a la violencia organizada.
“El Mayo” Zambada sabía lo que hacía: construyó un imperio global con miles de miembros, control de rutas y mercados, y diversificación de drogas que inundaron Estados Unidos. Su captura, años después, no es solo resultado de un cambio en la política antidrogas o de la presión internacional; es también un recordatorio de que incluso los más poderosos dejan escapar errores estratégicos, y que ninguna impunidad dura para siempre.
Hoy, tras más de 16 mil días protegido por sobornos, enfrentará cadena perpetua; incluso si viviera hasta los 100 años, pasará menos de la mitad de su tiempo en prisión. Ocho presidentes, ocho secretarios de Defensa y nueve gobernadores de Sinaloa, transitaron mientras él operaba libremente. Su caída no borra el daño social ni la corrupción que permitió su impunidad.
Lo que dejó Ismael Zambada no es solo la historia de un capo, sino la radiografía de un país donde la corrupción pudo sostener un imperio criminal por casi medio siglo. Esta historia nos obliga a mirar hacia nosotros mismos: hacia las instituciones que fallaron, hacia la sociedad que a veces normaliza la impunidad, y hacia la necesidad de exigir transparencia, justicia y rendición de cuentas.
No se trata solo de un hombre tras las rejas, sino de entender que mientras la impunidad siga siendo rentable, cualquier “Mayo” puede surgir, y México seguirá pagando el precio del silencio y la complicidad. La lección es clara: la justicia debe ser más rápida que la corrupción, y la memoria ciudadana más fuerte que el miedo; sin embargo, esta última vez suele costarnos la vida. Mientras, seguiremos escribiendo…