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Goebbels en la era digital

Goebbels en la era digital
  • Publishedoctubre 1, 2025

 La persistencia de la propaganda en las redes sociales

A mediados del siglo XX, Joseph Goebbels, el jefe de la propaganda nazi, se dio cuenta de algo que sigue siendo un gran problema en la política actual, cuando se unen las emociones, pueden superar a los hechos.

Sus principios de propaganda, diseñados para hacer que las mentiras parecieran verdades, se basaban en la simplificación extrema de los mensajes, la reiteración constante, la creación de enemigos y el juego con las emociones de las masas.

Goebbels era un estratega brillante que sabía cómo utilizar las palabras para influir en las personas. En su tiempo, la radio, el cine y el gobierno eran sus principales herramientas para difundir el mensaje. Hoy, en cambio, tenemos algoritmos, segmentación de audiencia y la viralidad de las redes sociales, que logran esto con una precisión que él habría envidiado.

¿Qué pasa con el manual de “Goebbels” en la política digital actual y cómo está afectando a las democracias contemporáneas?

Goebbels no fue el creador de la propaganda, pero sí la organizó con una meticulosidad obsesiva. Entre sus once principios destacan:

  • Simplificación y enemigo único: reducir la política a un dilema simple y señalar un adversario claro.
  • Repetición constante: insistir en una idea hasta que suene como la verdad.
  • Transposición: achacar al enemigo los errores o defectos propios.
  • Exageración y desfiguración: distorsionar los hechos para que parezcan más creíbles.
  • Apelación a la emoción: poner lo sentimental por encima de lo racional.

En los años treinta y cuarenta, estas estrategias se llevaban a cabo mediante discursos en la radio, películas bien editadas y carteles cargados de símbolos. Hoy, han evolucionado en memes, hashtags, campañas de bots y noticias falsas que circulan a una velocidad asombrosa.

Las plataformas digitales no solo replican los principios de Goebbels; los amplifican. La radio de Goebbels llegaba a un gran público, pero de manera unidireccional; en las redes, cada persona se convierte en un reproductor y multiplicador del mensaje. Lo que antes requería un sistema centralizado ahora se reproduce de forma “orgánica”, aunque detrás haya una maquinaria estratégica que opera en la sombra.

Podemos ennumerar casos paradigmáticos en el siglo XXI:

 1.-como la campaña que impulsó la salida del Reino Unido de la Unión Europea que se basó en un mensaje bastante simple: “Enviamos £350 millones a la UE cada semana. Mejor invertimos en nuestro NHS”. Esta cifra, manipulada, se repitió una y otra vez en autobuses, anuncios y redes sociales. La lógica goebbelsiana funcionó: la mentira, repetida, se convirtió en una verdad que muchos comenzaron a creer y terminó por influir en el resultado.

  1. Las elecciones en Estados Unidos (2016 y 2020)

El caso de la interferencia rusa en 2016 mostró cómo granjas de bots y cuentas falsas podían fracturar a toda una sociedad con mensajes que avivaban rencores raciales, religiosos y políticos. Luego, en 2020, la narrativa del fraude electoral que promovió Donald Trump fue un claro ejemplo de cómo la repetición y la creación de enemigos (como el “sistema” o los “medios corruptos”) pueden movilizar a grandes multitudes, como se evidenció en el asalto al Capitolio en enero de 2021.

  1. Brasil (2018 y 2022): WhatsApp como herramienta de propaganda

La campaña que llevó a Jair Bolsonaro a la presidencia se apoyó en la rápida difusión de cadenas de WhatsApp llenas de noticias falsas. En 2022, durante su intento de reelección, se utilizó una estrategia más sofisticada, incluyendo plataformas como TikTok y YouTube para influir en la opinión pública. Se siguieron patrones clásicos de propaganda, como usar imágenes distorsionadas, crear enemigos políticos (el “comunismo”, los “traidores”) y apelar a la indignación moral.

En el contexto reciente de América Latina, México presenta ejemplos claros de propaganda digital. Tanto el oficialismo como la oposición han empleado estrategias de simplificación y polarización: “pueblo vs. élite”, “transformación vs. corrupción”, “defensores de la democracia vs. autoritarios”. Los hashtags coordinados, los ejércitos de bots y la guerra de desinformación en torno a reformas electorales y procesos internos son prueba de cómo la lógica de Goebbels se manifiesta bajo nuevas máscaras digitales.

El algoritmo como nuevo ministro de propaganda

Goebbels controlaba los contenidos a través de la censura y el monopolio de medios. Hoy en día, no se necesita un ministerio: solo hace falta que existan algoritmos diseñados para capturar la atención del usuario.

Las plataformas como Facebook, TikTok o X/Twitter favorecen el contenido emocional, especialmente aquel que genera miedo o indignación, porque son los que más se comparten. En términos prácticos, el modelo de negocio de Silicon Valley está cumpliendo con la función que buscaba Goebbels: amplificar lo emotivo y polarizante por encima de lo reflexivo y matizado.

Esto ayuda a entender fenómenos recientes:

  • La viralización de fake news sobre migración en Europa (2023), que ha influido en el ascenso de partidos de extrema derecha en países como Italia, Hungría o Alemania.
  • La expansión de teorías conspirativas como QAnon, que siguen circulando y adaptándose, evidenciando cómo las emociones extremas pueden mantener comunidades digitales radicalizadas.
  • El impacto de TikTok en las campañas electorales de 2024 en países como Argentina o España, donde los mensajes políticos se han reducido a videos de 15 segundos con un fuerte componente emocional.

El dilema ético en el marketing político es evidente: las técnicas de manipulación son efectivas. Simplificar, repetir, generar emociones y señalar enemigos trae buenos resultados en las elecciones. Pero, ¿realmente están dispuestos los partidos y los candidatos a dejar de lado estas estrategias por una comunicación política más ética?

En situaciones altamente competitivas, la tentación es fuerte. No se trata solo de ganar elecciones, sino del tipo de democracia que surge de esos éxitos. Si la política se convierte en una batalla de manipulación emocional, se pierde la capacidad de deliberación crítica y los ciudadanos terminan atrapados en burbujas de información que solo refuerzan sus prejuicios y aumentan la polarización.

Con este escenario, la solución no puede ser solo la regulación estatal —aunque sea necesaria— ni la responsabilidad de las plataformas, que frecuentemente está dominada por intereses económicos.

La verdadera defensa contra la propaganda digital radica en una alfabetización mediática sólida:

  • Enseñar a identificar estrategias de manipulación.
  • Fomentar la verificación de datos antes de compartir información.
  • Desarrollar el pensamiento crítico y la empatía en las interacciones digitales.

En países como Finlandia, donde la educación en medios es parte del currículo escolar, la resistencia a la desinformación es notablemente más alta. Este es un modelo que otras democracias deberían tener en cuenta. Formar una ciudadanía crítica será la única vacuna contra la propaganda.

El Goebbels invisible

Joseph Goebbels falleció en 1945, pero sus ideas han perdurado. Se han adaptado y hoy en día están presentes en cada línea de tiempo, hashtag y meme político. La diferencia es que ya no necesitamos a un ministro de propaganda: los algoritmos, los bots y los propios ciudadanos desempeñan ese rol, a menudo sin darse cuenta.

El desafío democrático del siglo XXI es reconocer a ese “Goebbels invisible” que se oculta tras cada pantalla. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que la política se convierta en un terreno dominado por la manipulación emocional, donde la verdad pierde importancia frente a la viralidad.

En última instancia, lo que está en juego no es solo la calidad del debate público, sino la esencia misma de la democracia: la capacidad de decidir colectivamente guiados por la información, la razón y el pensamiento crítico, en lugar de dejarnos llevar por el miedo o la manipulación.

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